martes, 27 de noviembre de 2012


  Bueno. Aquí tenéis un buen capítulo de mi novela. Espero os guste. Es corto pero intenso. Podréis dejar vuestras opiniones. Más adelante prometo dejaros alguna que otra pincelada. Me alegro de que estéis cerca.



                                              
                                                                                           6.-





  22:45 h. Paré mi coche en línea amarilla, justo en frente  de donde la noche anterior se me había averiado. Al final no fue para tanto y, gracias a que me encontré con mi compañero de trabajo, conseguimos remolcarlo hasta un lugar seguro y a la mañana siguiente mi cuñado pudo echarle un vistazo. Él me dio la esperada noticia de que, solamente, se le había quedado pillada la tapa del termostato.
  Pocas noches recuerdo haber estado más nervioso que en aquella. Había llegado la hora de pedirle salir a Vicky y, aunque ya sabía su respuesta, me resultaba infinitamente primordial sembrar con cariño aquel momento en el tiempo y en nuestros corazones; sobre todo en el de mi Vicky.
  Necesitaba que ella notase mi tranquilidad y, para ello, tenía que conseguir no titubear y pronunciar mis palabras sin miedo. Me urgía descargar parte de mi adrenalina así que, para tal fin, salí del coche y crucé la carretera con rapidez y, en el primer bar con el que me topé, compré tres latas de cerveza con las que volví de nuevo a mi coche.
  Era viernes y pude ver a parejas de la mano, caminando para subirse al autobús, nocturno, que salía en dirección a Barcelona. El ajetreo de los coches era bestial. Todo el mundo de un lugar para otro, buscando evadirse de los problemas y preocupaciones, diarios, buscando una salida al agobio semanal; en definitiva, intentando hallar un poco de calor. Entonces acudió a mi mente, como en forma de un fogonazo, una de las frases de Mi Ángel.
             
  “Tendrás que hacer cosas que no te gustarán”.
  Cogí la bolsa, la coloqué entre mis piernas y abrí, una  a una, las latas de cerveza, bebiéndome, casi sin respirar, cada una de ellas. Al vaciar la última, tuve que retrasar unos minutos mi llamada, para así sobreponerme a mi repentino y momentáneo estado de embriaguez, pero al menos creí calmarme y, por unos segundos, hasta me sentí triunfal.
  Ring…
  
  —¿Vicky?
  —Sí, soy yo. ¿Qué tal?
  —Pues mira, hoy he llegado pronto de trabajar. Estoy por mi pueblo. ¿Y tú?
  —Pues también en casa. Mis padres han salido y ya hace tiempo que tendrían que haber vuelto. ¡Nunca salen, pero cuando lo hacen se desmelenan!
  —Bueno, no te preocupes. Ya verás cómo no tienen por qué tardar mucho más. ¿Y tú vas a salir?
  —¡No que va! Si mañana trabajo —me contestó.

  Respiré hondo y me llené de valor. Todavía, hoy, sigo pensando que fui muy valiente.
 
  —Hoy tengo que hablarte de algo y me gustaría que me escuchases con mucha atención. Es muy importante para los dos.
  —¡A ver dime! —me contestó con un tono temeroso, presintiendo lo que estaba a punto de suceder.
  —Tú ya sabes lo que hemos vivido estos últimos meses y, también, que sentiste algo muy fuerte por mí. Yo creo que sigues sintiendo lo mismo y, estoy del todo seguro, que no es tan sólo amistad. Creo que lo único que te hace falta  para que te des cuenta, es volver a verme y darte a ti misma esa oportunidad de saberlo. Yo te quiero muchísimo y creo que tú y yo nos lo merecemos. Me gustaría, al menos, que lo intentásemos. Vicky QUIERO SALIR CONTIGO.

 
  Cerré mis ojos aliviado, porque fui capaz de plantarle mis sentimientos y mi intención de ser alguien más importante en su vida. Tuve tan clara su respuesta que mientras esperé su contestación, que por cierto se retrasó más de lo que yo esperaba, fui pensando en las tres preguntas que Mi Ángel me sugirió el día anterior.
   
  —Tú ya sabes mi respuesta —me contestó ella. Reaccioné con tal indiferencia que, a Vicky seguramente, le debió de sorprender. Y más, aún, la rapidez con la que enlacé las preguntas de mi, cariñoso, monólogo, preparado por Loly.
  —Aun así me gustaría preguntarte algo.
  —¡Sí claro dime!
  —¿Te gusta hablar conmigo? —le pregunté.
  —Sí, claro, ya lo sabes. Somos amigos y yo te aprecio un montón. Claro que me gusta hablar contigo, pero sólo como amigos.
  —A mí también Vicky… ¿Entonces quieres que sigamos hablando como lo venimos haciendo hasta ahora? ¿Puedo seguir llamándote?
  —Sí claro. Si quieres puedes llamarme.
  —¿Te importa si te vuelvo a pedir salir más adelante? ¿Te enfadarías conmigo? —ella se rió, pues apenas se creía lo que le estaba preguntando.
  —¡Hombre no sé! No me enfadaré, pero si me lo pides muy a menudo pues entonces te diré… ¿Qué pasa?...

  Nuestra charla no duró mucho más tiempo. Después de que yo la interrogase con la última de mis tres preguntas, Virginia continuó hablándome con un tono más o menos normal, sin pensar demasiado en lo que había ocurrido; quizás para no hacérmelo pasar demasiado mal. Nos despedimos con un:

  —Hasta mañana Vicky.
  —Hasta mañana Fernando —me gustó oírle pronunciar  mi nombre, por última vez, antes de escuchar mi propio silencio.
 
 
  Cuando giré la llave del contacto del coche, me tembló todo el cuerpo. A duras penas mi pierna izquierda contó con fuerzas para lograr apretar el embrague, con garantías de conseguir una conducción más o menos suave; sin tirones ni acelerones.
  Me sentí muy orgulloso de mi valentía y de todo lo que hice por mi lucha en aquel día, pero allí al volante me desesperé pues pisé tierra y me di cuenta de lo complejo que podría llegar a ser todo. Mis nervios afloraron en mí y mi cuello se tornó rígido, moviéndose de un lado para otro, para delante y para detrás, como obedeciendo a su propia voluntad; ante los ojos de los demás, un leve y casi imperceptible “tic” nervioso.
  Me quedé sin saldo por lo que, para volver a llamar a Mi Ángel, tuve que parar mi coche cerca de una cabina de teléfono, del centro de San Baudilio. También, en aquella zona, sufrí el mismo bullicio ensordecedor. Las calles estaban a tope de gente, música reventando los altavoces de los coches que pasaban por mi lado, gritos de chicas cantando con alguna copa de más y en plena rebeldía contra su inmadurez, y luces que provenían de los balcones y habitaciones, de donde también me llegaba el entusiasmo de jóvenes deseosos de comerse el mundo, aquella misma noche.
  Mientras marqué el número de Loly me lamenté de que fuese el mundo, quien se empeñase en comerme a mí. Mi cara era todo un poema, pero de los más tristes y desesperantes; de los que al leerlos se pierde toda la ilusión por el arte. Muy parecida a la cara de un niño, en una navidad, desoladora, sin sus juguetes.
  Aunque Mi Ángel sólo estaba al otro lado del auricular, percibió la caída de mi luz. El progresivo derrumbe de mis facciones, de mis gestos, y el hinchazón de mis ojos tras explosionar llorando nada más escuchar su voz… Me preparé para lo peor, pero no fue así…
  Ring…
 
  —¿Sí?
  —Hola Loly. Ha sido horrible.
  —Tranquilo, desahógate y llora conmigo. Cuéntame qué te ha dicho —me contestó.
  Me expresé como pude, teniendo en cuenta que mis sollozos se escuchaban a un ritmo y un volumen muy descompensados, en relación con mi voz, pero ella supo perfectamente cómo me encontraba.

  —Bueno, ya sabíamos que eso iba a pasar. No te tienes que poner así —me dijo.
  —Pero Loly me ha dolido, mucho, cuando me ha dicho  que sólo siente amistad por mí.
  —Y las veces que te queda por oír eso de ella. Hoy era muy necesario que se lo pidieses. Escúchame bien. Las palabras se las lleva el viento. ¡Recuérdalo siempre!
  

  







                                           



                                 

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